Reflexiones desde la periferia
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En las últimas décadas, el espacio público del conocimiento ha comenzado a desplazarse hacia territorios regidos por la lógica del algoritmo, donde lo visible adquiere más valor que lo comprensible, y donde la ciencia, en su afán de “acercarse a las personas”, corre el riesgo de disolverse en el espectáculo. ¡Benditos likes!
No
se trata de rechazar la divulgación. Muy por el contrario: la ciencia necesita
nuevas formas, necesita descentrarse, abrirse a múltiples lenguajes y abandonar
el dogma de la neutralidad. Sin embargo, como advierte Paul Feyerabend, cuando
una forma de conocimiento se convierte en monocultura, cuando se impone una única lógica —aunque sea en nombre del progreso o la pedagogía—,
se empobrece la diversidad epistémica.
En tiempos donde el tiempo es un recurso muy escaso, las redes sociales exigen que el contenido sea breve, visual y emocionalmente impactante. Pero como señala Byung-Chul Han, esta economía de la atención empobrece la capacidad del ser humano de contemplación, reflexión y profundidad. Todo va a mil por hora. La ciencia, si se adapta acríticamente a esa lógica, corre el riesgo de volverse mercancía cognitiva: atractiva, viral, pero vacía de contenido.
Paulo
Freire nos recordaba que educar no es transferir conocimiento, sino crear las
condiciones para que el sujeto se vuelva capaz de leer el mundo críticamente.
¿Cómo se realiza esta tarea en un entorno donde lo más importante es “ser
visto”? ¿Cómo formar pensamiento crítico si el medio privilegia el impacto por
sobre el contenido?
La
figura del “divulgador estrella” no es en sí problemática, pero sí lo es el
sistema que premia la performance más que el contenido. Ivan Illich hablaba de
la necesidad de desescolarizar la sociedad, y quizás hoy deberíamos pensar
también en la necesidad de desespectacularizar la ciencia.
Levanto
esta reflexión desde mi lugar como docente, como habitante del aula más que del
escenario digital, defiendo la necesidad de espacios lentos, de una pedagogía
del asombro y la duda; de un pensamiento que no tiene prisa, que no busca
likes, sino que cultiva preguntas.
No
todos tenemos vocación de pantalla. Algunos preferimos sembrar pensamiento
desde la periferia, desde el blog, desde la conversación íntima. Pero eso no
nos vuelve menos parte de la tarea de pensar el mundo. Tal vez, incluso, nos
vuelva custodios de otra posibilidad.
Referencias
Feyerabend,
P. (2000). Tratado contra el método. Tecnos.
Han,
B.-C. (2017). La sociedad del cansancio. Herder.
Freire,
P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.
Illich,
I. (1971). Desescolarización de la sociedad. Gesell.